martes, 1 de julio de 2008

El patio de atrás



Mi bisabuelito Ángel María, era jugador y parrandero y adoraba "echar gallo". Las peleas de gallo para él eran un vicio impasable, bebía aguadiente y guardaba su mejor gallo para la pelea de las seis.

El patio de atrás de casa de mi bisabuela era un campo mágico, que daba a la selva tropical
y allí, en pequeñas jaulas, estaban las promesas de estrellas, cada una contenia un gallo.

Gallos inútiles, ni siquiera pisan gallina, muy cuidados, de picos afilados, y espuelas recortadas, afeitadas las patas para verse fuertes. Y las pocas veces que fui al patio de atrás, sentía que el sol me encandilaba los ojos, que pasaba por un pasadiso de tiempo y que no había ya otras casas, sino puro monte. Una gran selva, que daba al caño de un río.

De la mano de mi abuela, caminabamos entre las jaulas, ella viejísima, sequíta, Mama Pancha, era muy delgada, nunca supe si tenía dientes, me decía que los gallos eran cosa de hombres y que no era de mujer decente ir a las galleras. Yo tercera en todo, era la tercera de sus bisnietas, las veces que la vi, provocaba abrazarla, era como un Ángel, qué mujer tan buena. No decía malas palabras, tenía buen sentido del humor y todo mundo la llamaba Mama Pancha...

José María le dió mala vida y tres hijas hembras, un hijo postizo que quizo como propio y los gallos, comprados en remate y entrenados para las peleas. Poco a poco se los fue dejando al compadre. Eso no era negocio de mujeres.

Mama Pancha, murió cuando yo tenía catorce años, mi mamá me despertó, sentada allí, al borde de mi cama, y me dijo, murió mama Pancha, quise llorar y mi mamá me detuvo y me dijo, no llores hija, mama Pancha se quería morir, hace tiempo dijo que se cansó de comer arepas. Y no lloré. Ella tenía más de 100 años.

Creo, firmemente, que allá en Barquisimeto, a dónde la llevó a vivir José María, en la calle 52, pasando al patio de atrás, luego que el sol te hiere los ojos, allí está Mama Pancha, discutiendo bajito con José María sobre los gallos. Y me ve y sonrie, "vaya mija, esto no es cosa de mujeres" y no me fijo, en sus dientes, sino en los mil caminos que los surcos de los años han dejado en su cara, en su vestido de florecitas negras y blancas de medio luto, y entonces veo a José María, con el brillo en los ojos pesando el mejor gallo. "Este sí, este sí"

Y entonces, cierro la puerta del patio de atras, se pierden las matas de mango y de mamón, se pierde el brillo del sol, a través de sus ramas y entro a la casa, a la vida de los vivos, ami presente.

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